lunes, 7 de mayo de 2012

TOMÁS BORGE. IN MEMORIAM (1)




Me entero por el blog de Loren Sanchís, Brigadas de solidaridad en Nicaragua, del fallecimiento de Tomás Borge, el polémico dirigente sandinista, ocurrido el pasado 30 de abril. Descanse, Mario, en paz. Mario fue su sobrenombre en la clandestinidad.

Si bien no le traté, llegué a conocerlo. Leí hace veinte años “La paciente impaciencia”, su libro de memorias, en el que nos narra sus avatares vitales, y aparecen páginas de humor.


Amado y odiado a partes iguales, fue acusado de enriquecerse en la "Piñata Sandinista", de censura a los medios de comunicación, e incluso de genocidio de comunidades indígenas del Caribe nicaragüense.


Mi visión del personaje, sin embargo, va asociado a chistes y al humor. En la trilogía que le dedico, contaré lo que de él escribí en mi Diario del día en que le conocí, ya en la postrimería de la Cruzada, aunque para la ocasión tenga que adelantarme en el tiempo; y en las dos entradas siguientes, le homenajearé a través del humor. Contaré para ello un chiste de Pepito, que en España sería Jaimito, que él mismo contó en sus memorias, y otro también jocoso que escuché y escribí sobre él.

Diario de un brigadista.
Martes, 19 de agosto de 1980

De temprano nos fuimos a San Ramón en el coche de don Enrique; nos volvimos con los brigadistas en el camión de la hacienda de Yúcul. Después fuimos a desayunar y Pepe, Luis y yo nos fuimos al estadio sobre las doce del mediodía.

El Estadio Nacional de la capital matagalpina fue el escenario del segundo encuentro de las autoridades con las masas alfabetizadoras de este país tras la Cruzada.
Si el día anterior en San Ramón se reunieron a nivel municipal los brigadistas integrantes de las distintas comarcas y haciendas, ahora iba a procederse a reunir a todo el departamento, por orden de importancia en cuanto a porcentaje de alfabetizados. San Ramón desfiló en tercer lugar, tras San Isidro y Terrabona. Curiosamente, el municipio de Darío, patria del más ilustre vate centroamericano, y ciertamente del precursor de la conciencia literaria iberoamericana, Rubén Darío, quedó en el último puesto, el décimo, del departamento.
Tras haberse situado en el centro del Estadio todas las legiones alfabetizadoras, tomaron la palabra ilustres dirigentes del sandinismo, entre ellos Tunnermann, matagalpino él, y con dos hijos, según sus palabras, haciendo montón en la masa ignota que ocupaba el césped. Y tras Tunnermann, Tomás Borge, el valiente dirigente sandinista cuya posible emasculación era motivo de risa y chiste en las pocas animadas tertulias irónicas de la noche nicaragüense.
Borge quizá se ría de los que de él se ríen; porque después de todo, aún vive. Otros muchos, además de los testículos, perdieron su vida, tal fue la flagelante tortura genocida que, desgraciadamente, aún cobra actualidad en otros muchos puntos del mismo continente.
Y Borge encendió a las masas con un discurso patriótico de primera magnitud, un discurso revolucionario que dejó prendida la llama para la asistencia a la declaración final de victoria en la propia Managua, y fomentar la confianza del pueblo en sus dirigentes.
Y con esta nueva victoria se abre un periodo de regeneración y esperanza y recuperación de la castración moral que Nicaragua sufrió en la negra, dura y esclava etapa de la dictadura somocista. Ahora no hay cabida para la frase: “Con Somoza vivíamos mejor”.

Sobre las cuatro de la tarde nos fuimos. Estuvimos conversando con la mujer de don Enrique; después, tomando unos bocadillos mientras ya pasaba el desfile. Nos fuimos a casa de los españoles; cuando pasaron los de San Ramón, Julia y Luz Marina se salieron del desfile y estuvimos cenando en Casa Martín. Llegó Richard a llamarles la atención por salirse de formación. Le dije que las iba luego a acompañar yo, que perdiera cuidado. Después fuimos a Guanuca, lloviendo como estaba; les dejé las bolsas; después fuimos a la plaza de Rubén Darío, pues Julia había quedado allí con Anay, pero no la vimos. Sobre las nueve y media de la noche, como estaba lloviendo, se fueron para el colegio, las acompañé hasta la puerta. Después regresé al hotel. Me acosté. Sobre las once de la noche llegaron Pepe, Luis, Paco, Ruth y Patricia que habían estado bebiendo en casa de don Enrique. Pepe se quedó y los otros se fueron.


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