Martes,
6 de mayo de 1980
Sobre las cinco de la mañana me levanté
para ir con Marta y Julia a Matagalpa a ver a Luz Marina. Karen y Loida se
fueron a San Ramón a buscar su reubicación. En Matagalpa Luz Marina se estaba
haciendo análisis de sangre y de orina. Allá en el hospital la dejamos mientras
nosotros fuimos a desayunar a Casa Martín, y después sentados en el parque
frente a la catedral. Regresamos a las diez al hospital donde vi a Violeta y a
otra su compañera de El Horno, que se había roto una pierna, de forma parecida
a Ivania. Hacia las doce y media de la mañana, con Luz Marina ya entre nosotros,
íbamos a ir a comer a Los Pinchitos, pero como estuviera cerrado subimos a casa
de los coordinadores a preguntar por una casa de comidas medianamente buena,
recomendándonos La Nueva Corona de Oro, en su misma calle. Llegaron Rafa y
Miguel Ángel Arteaga, y estuvimos comiendo juntos. Después de comer volvimos al
hospital, pedimos los análisis de Luz Marina y nos regresamos a Santa Celia vía
San Ramón. De regreso me encontré en Matagalpa mismo con Lolita, de la comisión
de San Ramón, que me participó que iban a trasladar a Cándida.
A San Ramón llegamos sobre las cuatro de
la tarde; reportamos la ausencia y pedí permiso para que Luz Marina pudiera
trasladarse a Managua, siéndole concedido.
Aquí comenzaría la historia de mi segunda
gran noche. Esta segunda noche a través de la selva fue llevada a cabo con
angustia. Habíamos bajado Julia, Marta y yo a visitar a Luz Marina, que había
sido llevada al hospital la medianoche anterior, aquejada de fuertes dolores.
La alimentación no es muy idónea para ellas tampoco y sienten los efectos del
clima tanto o más que nosotros.
Los problemas en la hacienda siguen. Se
reubicaron Loida y Karen que bajaron por la mañana con nosotros, y por la tarde
reubicaron a Cándida, Karla e Ivania. Precisamente nos cruzamos con ellas poco
después de la salida de San Ramón, nosotros íbamos camino de la hacienda y
ellas en sentido contrario.
Coja y todo fue trasladada Ivania y
juntamente con Karla las llevarían a la Comisión Municipal de Matagalpa. Cándida seguiría
ejerciendo sus funciones técnicas en otro municipio también dependiente de San
Ramón.
Prácticamente a continuación comenzó la
aventura. Tras la imposibilidad de encontrar vehículo en San Ramón, nos aventuramos
a ir andando, malo iba a ser que en el camino no encontráramos quién nos
llevara.
Pasamos La Reina aún andando e
incluso llegamos a El Naranjo, cerca de San Pablo. Ya sabemos que la noche
cierra pronto en este país. A las seis ya no se veía y ya nos encontrábamos
camino de Los Pinares. Ningún autobús, ninguna camioneta pasó. Nosotros
seguimos andando, yo delante marcando el ritmo y ellas siguiéndome como
buenamente podían. El calor del día, aún es la época del reino del polvo, y la
propia debilidad femenina, en esta ocasión de muchachas chaparritas de pasos
cortos y encima con Luz Marina que no se encontraba en plena forma fueron la
causa. Dieron las siete y cerca de las ocho. Tras curvas, bajadas, ascensiones
y recodos, avistamos las luces de Los Pinares. Unos minutos de descanso
mientras platicamos un rato con Ana Rosa y los compañeros de Yúcul.
Ana Rosa me dijo que necesitaba el
Informe que debía de entregar a ANDEN para el miércoles a las nueve de la
mañana y como es martes y eran las ocho de la noche y tengo aún que dormir, le
dije que bueno.
Por lo demás, nos ofrecen gentilmente su
casa, pero ¡qué carajo! si hemos andando cuatro horas, bien podemos andar una
más. Iniciamos la ascensión de la cuesta de Yúcul ya con angustia. A lo lejos,
en el camino, vemos luces que bajan camino abajo. Eran los brigadistas de
Yúcul. Nosotros llevamos una linterna que nos prestaron en Los Pinares, la
apagamos y aflojamos el paso. Intermitentemente la encendemos. El grupo que
baja se bifurca. Llevan dos linternas y mientras el más numeroso baja por el
atajo que nosotros subimos, también con precauciones y escondiéndose en la
selva, el otro grupo, con las luces apagadas, baja por el camino.
La situación se hace tensa porque nos
sentimos acorralados, aunque supiéramos por quién. Además, vamos desarmados. Yo
siento un poco de temor por la responsabilidad de llevar tres brigadistas a las
que tengo que cuidar y temor por mí mismo. Aunque en lo que a mí respecta me
sentía un poco más tranquilo en líneas generales, no podía decir lo mismo en
este camino de Yúcul a Santa Celia. Ello se debe a que si bien en Los Pinares y
en El Cantón eran leales al régimen, (El Cantón era del INRA, y en Los Pinares
eran partidarios de don Enrique Oliú, reconocido sandinista), los campesinos de
Bavaria eran considerados contrarrevolucionarios y por tanto opuestos al
régimen. Yo siempre paso por esta hacienda con un cierto temor, quizás injustificado.
Pero nunca se sabe y más valía prevenir.
Cuando ya sentíamos el hálito de nuestros rodeadores cerca, alguien de ellos
nos conoció. Nosotros encendíamos la linterna intermitentemente para que
supieran nuestra situación. Mejor presos que muertos. Cuando nos hubieron
reconocido bajaron ya más seguros y descubiertos, pero armados.
Hicimos un nuevo alto para platicar y
después ellos se prestaron a acompañarnos. Subieron toda la dichosa cuesta con
nosotros, y luego uno de ellos nos prestó otra linterna. Ya nos sentimos solos
y angustiados en la selva. Animo a las muchachas a ir más aprisa, pero es
inútil. El cansancio va haciendo mella. Para ir más aprisa formamos una cadena
y yo siempre pretendía imponer el ritmo, ya que era el que más andaba. No lo
consigo y entonces nos emparejamos.
Yo con Julia avanzo más y vigilamos el
camino. Marta y Luz Marina nos siguen poquito a poco. Primer alto para
esperarlas. Hacemos nuevamente la cadena pero es inútil. Tomo entonces a Marta
por pareja y sucede lo mismo. Julia y Luz se rezagan. Así pues, desisto de
avanzar y sigo a su ritmo. Siento angustia, que no temor, por ellas, que no por
mí. Cuando ya doblamos el penúltimo recodo y divisamos la casita del camino, ya
en Santa Celia, respiramos tranquilos. Bavaria y la zona de los contrarrevolucionarios,
según cuentan, quedó atrás. Ya no es necesario ir aprisa, porque nos
encontramos entre nuestras gentes. Llegamos al portón y a la casita de la
entrada. Franqueado el portón ya estamos en nuestro territorio. Las luces de la
hacienda, pese a los árboles que la rodean, nos llegan y no precisamos
linterna. Entramos y nos reciben con preocupación y júbilo. Júbilo por nuestra
llegada y preocupación por los acontecimientos del día. Habían trasladado a
Karla, Ivania y Cándida, aunque nos habían mandado a Patricia como nueva
brigadista, y en el día debió de haber sus más y sus menos. Nosotros, aunque en
susurro, íbamos comentando en el camino las incidencias, pero la realidad
desbordó nuestras previsiones.
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