viernes, 6 de julio de 2012

CORDILLERA DARIENSE (y 2)




 Continuación de Cordillera Dariense (1)


5. NUEVA CAMINATA NOCTURNA CON MIEDO

Municipio de San Ramón, 17 de junio de 1980
Como sospechaba, me he adentrado más veces en la noche tropical. Tres noches me he aventurado a través de la selva: con placer, ansiedad y miedo. Ya te he contado, Ángela, la caminata nocturna de placer. No te cuento aquí, por falta de espacio, la noche que caminamos con ansiedad. Pero sí me gustaría contarte nuestra caminata nocturna con miedo.
Ese día subimos a Yúcul a horas tales que el trayecto de Yúcul a Santa Celia lo realizamos de noche. En Matagalpa nos enteramos de los percances que a nuestros compañeros les sucedían: de brujos, micos, devoradores de hormigas, parapsicólogos, etcétera.
Esa noche, tras dejar a los compañeros de Los Pinares, subimos a Santa Celia con una linterna prestada. La oscuridad era total. Las anécdotas del día aún estaban grabadas y parecía que viéramos micos, brujos, salteadores de caminos y contrarrevolucionarios por todas partes. Sólo los caballitos del diablo se atrevían a romper la profunda oscuridad de la noche, aparte de nuestra linterna. Si la primera noche que nos adentramos en la selva fue similar, sentí placer por ser la primera y además había luna. Ahora, no. Estamos comenzando la estación del fango y el cielo tiende a presentar otro aspecto. En primer lugar a ocultar la luna. En segundo término, a favorecer las actividades de la contra, amparándose en la oscurana, y el tercer aspecto era para atormentar nuestro espíritu.
Afortunadamente llevaba de acompañante a un compañero que, si bien nada de seguridad podía ofrecerme ante las balas, al menos presume de ser ducho en artes marciales y anda deprisa, por lo que el tiempo lo rebajamos de la hora. Lo intempestivo de la hora, la falta de luz lunar y la amenaza meteorológica de la lluvia, aparte de la nunca sabida amenaza humana que se presumía, hizo que batiéramos el récord en el recorrido a pie hasta Santa Celia desde Yúcul.
Pero lo recorrí con miedo. Miedo a todo; todo estaba compaginado para ir adversamente hacia nosotros. Hasta en la hacienda, en el portón de entrada, nos echó el alto el miliciano de guardia, lo que fue un nuevo sobresalto, otro más que añadir al temor de nuestro propio ruido al taconear el suelo del serpenteante sendero, o el ruido de los criques al caer de la quebradita, o el sobresalto de una luciérnaga que de repente rompe la oscurana de la noche. Temor, temor, miedo de la noche tropical.

6. LA TEMPESTAD

Hacienda Santa Celia, 2 de agosto de 1980
Me quejaba, Ángela, de que no tenía agua. Ahora la tengo y más de la que quisiera. Así son los inviernos del trópico. Lluvias continuas, generalmente no torrenciales, pero de cuando en cuando, de forma arrítmica, ni violenta ni pausada, la artesa de las nubes descarga su peso de forma abrumadora y torrencial. Pobre del que coja a la intemperie. Una buena ducha de agua caída del cielo, natural, potable, purificadora, limpia el polvo, la tez amarillenta de nuestros rostros pálidos, anémicos, color de muerte; y le dan una nueva vida, una nueva vitalidad rolliza, real o aparente, que pretende al menos una sensación de bienestar.
Ya no nos podemos quejar del agua. Bueno, sí, podemos quejarnos de que cae en demasía y cuando no se hace necesario. Dime, Ángela, que gracia puede hacerle a un pasajero por los caminos del trópico, en una zona en la que el tiempo y la distancia carecen de sentido, no porque no existan, sino porque son infinitas, que a mitad del trayecto salga Neptuno de su morada y rompa con su tridente el odre azulado del cántaro celeste. En la mitad del camino, digo, en estos by-pass del trópico, en los que pasas uno, dos, varios kilómetros, vara a vara, yarda a yarda, hasta encontrar una rústica casita de tablas que si Dios se apiada de ti la encontrarás abierta. Ya me dirás qué gracia puede hacer encontrarse en una situación así. Ninguna. Tacho de masoquista a quién pretenda lo contrario. También podemos reputarle que pese a caer con su prístina pureza, enfanga la cristalina corriente de los criques del trópico, rompedores del silencio en su continuo batir el tambor de las rocas, impotentes émulos de las grandes cascadas, al caer de la quebradita. El agua del cielo lucha con su hermana de la tierra, y en la reyerta fratricida ambas se enlodan, se enfangan y hacen daño a la humanidad, tercera en discordia. Porque se hace necesaria y se rebela, indómita, es por lo que me quejo. Porque no llega cuando se necesita y porque se excede cuando no se hace necesaria. Sequía estival, tragando saliva, bilis y dolor. Torrente invernal, con ruptura diaria del cántaro de las nubes, con los pasajeros expuestos a una ducha "reconfortante" en medio de los interminables, fangosos, (antes polvo estival), serpenteantes y angostos by-pass del trópico.

7. EL REGRESO

“Managua, Barrio de Altagracia, 15 de diciembre de 1980
Recordada Ángela, regreso del Perú, y ya estoy de nuevo en Managua. Gracias por ofrecerme tu casa y, sobre todo, tu amistad. Pasaré a verte en breve.
Te confío que quedé intrigada por tus bromas, y además de enterarme que fuiste a El Realejo y no a Zelaya, me enteré también qué cosas eran Nando y el Macuá. Formaban parte de nuestra investigación militante y puse en ellos especial interés. Te transcribo lo que me contaron los campesinos sobre dichas leyendas:
“Nando dicen que es un médico que vive solo en las montañas de Jinotega; aseguran que cura las enfermedades con la cáscara de los árboles, pero para ello el enfermo tiene que acceder hasta él, y ninguno vuelve si no muerto.
Respecto del pájaro macuá dicen que es un pájaro amarillo que habita en las montañas de Matagalpa y del que aseguran que tiene poder para enamorar a las muchachas.”
Otra versión que obtuve de Nando Gadea es que fue un curandero analfabeto que realizaba curaciones y prodigios inexplicables para la ciencia.
Y del vencejillo amarillo, del enigmático macuá, del pájaro del dulce encanto, supe que es compadre del cenzontle, del saltapiñuela y del alcaraván. Sé que lo vi en Monimbó y… ¡el muy tuno ha conseguido que vuele enamorada!
Hasta muy pronto.  Raquel”



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