lunes, 22 de octubre de 2012

EL TIEMPO ESTANCADO




EL TIEMPO ESTANCADO

Me pregunto sorprendido cuales eran las formas de vida de mis antepasados hace cuatrocientos cincuenta años, en esta América que aún está por descubrir. Hago cábalas, pongo a prueba mi imaginación, pero no me sale la imagen. No sé cómo imaginarme a un Cortés, a un Balboa, a un Orellana abriéndose paso con su espada entre la espesa vegetación de un continente arbóreo, selvático, impenetrable. Entonces sí se tenía que hacer camino al andar, pero ¿cómo? Me pregunto cuándo realmente se descubrió América. Hoy, cuatrocientos ochenta y ocho años después, pese a los casi cinco siglos de avances técnicos, hay lugares que viven en un régimen precolombino. Chocitas de tablas desde el suelo hasta el techo abundan en la montaña; en el mejor de los casos puede tener casi un metro de adobes sobre el suelo antes de asentar la primera tabla. Chocitas pequeñas, chabolas diminutas albergando a familias que la sensualidad del trópico hace prolíficas; sin medios, sin alimentos, sin trabajo apenas; esto en una época en que la tecnología avanza a pasos agigantados, en que la piedra y el cemento dejan paso a monstruos de hormigón y acero, en que se construyen mansiones señoriales para una sola familia que quiere gozar de un feliz retiro en soledad. Contraste de dos mundos en una misma época.
No sé realmente cual es el avance tecnológico de los habitantes de las montañas de Matagalpa hoy, con respecto a los habitantes de estas mismas zonas hace cuatrocientos cincuenta años.
Parece que el tiempo se ha estancado en estas zonas mientras el devenir corre a paso de vértigo en otras latitudes. La desesperante tranquilidad general de este país alcanza las cotas de mayor amplitud en los lugares más recónditos de la montaña. Aquí la vida transcurre monocorde, sin altibajos, sin sorpresas, sin noticias que destacar, con una desesperante monotonía de intrahistoria.
Habitando en estas zonas, inhóspitas, ocultas, no descubiertas, es como me imagino a los conquistadores de hace cinco siglos, pero en mi retina no se queda la imagen.

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